Conocí a Manu Garrido cuando él tenía ocho años y yo catorce. Éramos vecinos y a pesar de la diferencia de edad siempre hubo buena sintonía. A Manu le gustaba pintar y acudía a la academia de dibujo en la que había pintado Picasso cuando tenía su misma edad. Yo quería ser escritor. Al final los dos hemos alcanzado los sueños de la niñez, quizá porque nunca abandonamos al niño que fuimos. Muy cerca de nuestras casas se extendía el Mediterráneo. Desde entonces Manu convive y mantiene una relación inquebrantable con el mar incluso cuando pisa tierra firme. El mar es su fuente de inspiración y su modelo de vida. Lo fotografía, lo pinta, y al llegar la noche el navegante Manu Garrido enfila el horizonte a través del río de la luna. A su alrededor hay un oleaje de colores vivos, un vaivén constante, un mar libre y profundo. El abismo misterioso. Manu y el mar forman una pareja inseparable, al pintarlo plasma en el lienzo la aventura de la vida.
Desde que Manu y yo nos conocimos hemos pasado 55 años navegando a favor de viento y contracorriente. Los días de calma y las tempestades. El sol y las estrellas radiantes. Cuando nos encontramos en alguna playa, hablamos del pasado y presente sin dejar de contemplar el horizonte. Los dos sabemos que mientras permanecen los sueños y los anhelos no acaba la vida. Atrás quedan los recuerdos como estelas en el mar, la vida de aquellos amigos del barrio que continúan siendo felices dibujando y escribiendo imágenes tan dispares e idénticas a la vez como un mar de colores y un río de sentimientos.
José Antonio Garriga Vela